domingo, 28 de enero de 2018

jueves, 10 de agosto de 2017

El verano del ridículo (II)


[Cospedal abrazando el marxismo-leninismo]


Parece que el primer aviso no fue contundente. Ahí va el segundo. Dejad de hacer el ridículo. Hablad de frivolidades, de vuestras maravillosas vacaciones o de las riñas familiares asociadas al compartir más tiempo del habitual en el mismo espacio con la misma gente -esto ya es una teoría muy personal-. Hablad de lo que queráis, incluso de vuestras lecturas –si elige esta aventura diríjase al segundo punto de esta crónica de catastróficas desdichas-, pero no hagáis el ridículo, por favor.

Franco de la jungla
Quien le iba a decir a Manuel Vázquez Montalbán que la tierra que le vio descansar para la eternidad acogería a un personaje televisivo, más conocido por fastidiar la existencia de pobres bestias indefensas, la suciedad de sus calcetines y su calzado hortera, que por emitir opiniones fundamentadas. Este personaje, que sienta cátedra desde sus videos en Facebook, no es franquista. No es franquista, pero olvídate de las innumerables víctimas del franquismo. Todos fueron muy malos. Tú no viviste eso, no puedes opinar. Pero él sí. Él puede opinar para decirnos que Franco no mató tanto, y que desenterrar a tantas personas asesinadas y enterradas en las cunetas, en fosas comunes, es reabrir heridas. El franquismo no le dolió a nadie, por lo visto. Por lo visto, solo importan las heridas cerradas de un bando. Las heridas abiertas, y bien abiertas que siguen, de miles de familias anónimas no cuentan.


Andrea Levy Guevara
Las masas oprimidas transitan un nuevo camino hacia la emancipación. Les guía una nueva figura, una referencia imponderable. Les guía Andrea Levy. Levy, tras una lectura apasionada de La casa de Bernarda Alba, entendió que el mundo en el que vivía estaba regido por unas leyes que oprimían a las mujeres, relegándolas a un rol meramente reproductivo, negándoles cualquier autonomía, negándoles su realización como personas. Entendió, también, que el mundo en el que vivía estaba regido por unas leyes que concentraban el poder y la riqueza, que la concentraban tanto que cada vez había más pobres a la vez que cada vez había menos ricos, pero mucho más ricos. Entendió que siempre hay dos bandos, que debía posicionarse. Debía situarse en el lado correcto de la historia. El lado correcto nunca puede ser el de los pringaos, pensó. Se hizo del Partido Popular, que era el bando ganador. Hizo carrera, llegó bien alto. Llegó tan alto que era asidua en la prensa, tanto por el cargo como por sus gustos literarios. Y buscó el titular. Y lo encontró.


Melchor, Gaspar y Baltasar
Era agosto. Nadie se lo esperaba. De los tres, uno estaba dispuesto a llamar la atención. Era agosto. El mes perfecto. Por favor, hacedme caso, repetía Gaspar desde 1988. Aquel Secretario General del Partido Comunista de Asturias aspiraba a más. Siempre aspiró a más, y cuando lo tuvo se le escapó de las manos. Se le escurría como un azucarillo que es disuelto. Como quien disuelve un terrón de azúcar, él lo disolvía todo queriendo. Al final, para endulzar el café y bebérselo al gusto hay que disolverlo. Él seguía, infeliz en su desgracia, reclamando la atención que se merecen los liquidadores que, no habiendo conseguido sus objetivos, no pueden ser llamados traidores.

Epílogo. Segundo aviso
Pensaba dedicar este verano a la vida contemplativa, a los vermús, a la lectura y demás actividades ociosas, pero no. El festival del ridículo no cesa. Sirva este post como segundo aviso y definitivo. Si el ridículo no cesa me veré obligado a rendirme y dejar de escribir estas crónicas desesperadas.

Engels contra los magufos. Las ciencias naturales en el mundo de los espíritus.


Hace unos días encontré en una librería una edición de 2017 (AKAL) de Dialéctica de la Naturaleza, obra póstuma de Friedrich Engels. Esta obra, que Engels sólo pudo ver en sus manuscritos, pretendía ser una obra divulgativa sobre la concepción dialéctica de la materia, una especie de compendio que explicara la base científica de la propuesta socialista que elaboró junto a su colega Karl Marx. Hay un capítulo que, aunque no pueda parecer trascendental, me ha parecido destacable. Al intentar compartirlo en las redes he comprobado que ni el capítulo ni el libro estaba en ninguna de las bibliotecas virtuales que recogen multitud de textos marxistas en texto plano, sino que estaban en PDF o .doc. Las ediciones que he podido contrastar no muestran la edición en la que se basan, y son manifiestamente mejorables. Tan mejorables que les falta el apartado de las referencias, por lo que la persona que lo lea verá unas referencias sin poder acceder a ellas, ni comprender el texto en su plenitud. Dicho esto, os dejo con el capítulo en el que Engels critica el espiritualismo, el hipnotismo, y una serie de pseudociencias vivas en nuestros días.

PD: en breves iré incorporando las referencias, a partir de la última edición.



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LAS CIENCIAS NATURALES EN EL MUNDO DE LOS ESPIRITUS 1



Los extremos se tocan, reza un viejo dicho de la sabiduría popular, impregnado de dialéctica. Difícilmente nos equivocaremos, pues, si buscamos el grado más alto de la quimera, la credulidad y la superstición, no precisamente en la tendencia de las ciencias naturales que, como la filosofía alemana de la naturaleza, trata de encuadrar a la fuerza el mundo objetivo en los marcos de su pensamiento subjetivo, sino, por el contrario, en la tendencia opuesta, que, haciendo hincapié en la simple experiencia, trata al pensamiento con soberano desprecio y llega realmente más allá que ninguna otra en la ausencia de pensamiento. Es esta la escuela que reina en Inglaterra. Ya su progenitor, el tan ensalzado Francis Bacon, preconizaba el manejo de su nuevo método empírico, inductivo, mediante el cual se lograría, ante todo, según él, prolongar la vida, rejuvenecerse hasta cierto punto, cambiar la estatura y los rasgos fisionómicos, convertir unos cuerpos en otros, crear nuevas especies y llegar a dominar la atmósfera y provocar tormentas; Bacon se lamenta del abandono en que ha caído esta clase de investigaciones y en su historia natural ofrece recetas formales para fabricar oro y producir diversos milagros. También Isaac Newton, en los últimos días de su vida, se ocupó mucho de interpretar la revelación de San Juan. No tiene, pues, nada de extraño que, en los últimos años, el empirismo inglés, en la persona de algunos de sus representantes -que no son, por cierto, los peores- parezca entregarse irremediablemente al espiritismo y a las creencias en los espíritus, importadas de Norteamérica.

El primer naturalista a que hemos de referirnos en relación con esto es el zoólogo y botánico Alfred Russel Wallace, investigador cargado de méritos en su espccialidad, el mismo que, simultáneamente con Darwin, formuló la teoría de la modificación de las especies por la vía de la selección natural. En su librito titulado On Miracles and Modern Spiritualism ["Sobre los milagros y el moderno espiritualismo"], Londres, Burns,2 1875, cuenta que sus primeras experiencias en esta rama del estudio de la naturaleza datan de 1844, año en que asistió a las lecciones del señor Spencer Hall sobre mesmerismo, que le movieron a realizar experimentos parecidos sobre sus propios discípulos.  "El  asunto  me  interesó  extraordinariamente y  me  entregué  a  él  con pasión  (ardour)"  [pág. 119].  Además  de provocar en sus experimentos el sueño magnético y los fenómenos de la rigidez de los miembros y la insensibilidad local, corroboró la exactitud del mapa frenológico, al provocar, por el contacto con cualquiera de los órganos de Gall, la actividad correspondiente en el paciente magnetizado, que éste confirmaba mediante los gestos vivos que se le prescribían. Y comprobó, asimismo, cómo el paciente, por medio de los contactos adecuados, compartía todas las reacciones sensoriales del operador; se le emborrachaba con un vaso de agua, simplemente al asegurarle que lo que bebía era coñac. Logró, incluso, atontar hasta tal punto, sin dormirlo, a uno de los muchachos, que éste no supo siquiera decirle su nombre, cosa que, por lo demás, también consiguen otros maestros de escuela sin necesidad de recurrir al mesmerismo. Y por ahí adelante.

En el invierno de 1843-44 tuve yo ocasión de ver en Manchester a este mismo Spencer Hall. Era un charlatán vulgar que, protegido por algunos curas, recorría el país, haciendo exhibiciones magnético-frenológicas sobre una muchacha, con objeto de probar la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y la insostenibilidad del materialismo, que en aquel tiempo predicaban los owenistas en todas las grandes ciudades de Inglaterra. La señorita que le servía de médium, sumida en sueno magnético, prorrumpía, cuando el operador tocaba en su cabeza cualquiera de las zonas frenológicas de Gall, en gestos y actitudes teatralmente demostrativos, que correspondían a la actividad del órgano respectivo; por ejemplo, al tocarle el órgano del amor por los niños (philoprogenitiveness) acariciaba y besaba a un bebé imaginario, etc. El buen Spencer Hall, en sus exhibiciones, había enriquecido la geografía frenológica de Gall con una nueva ínsula Barataria:3 en efecto, en la parte superior del cráneo había descubierto el órgano de la oración, al. tocar el cual el médium se hincaba de rodillas, cruzaba las manos y se convertía, ante los ojos atónitos de la concurrencia, en un ángel en oración extática. Este número era el final y el punto culminante de la representación. Quedaba probada de este modo la existencia de Dios.

A un amigo mío y a mí nos sucedió algo parecido de lo que le había ocurrido al señor Wallace: aquellos fenómenos nos interesaron y tratamos de ver si éramos capaces de reproducirlos. Se nos brindó como médium un muchachito muy listo de unos doce años. No nos fue difícil provocar en él el estado hipnótico, mirándole fijamente a los ojos o pasándole la mano por la cabeza. Pero, como nosotros éramos algo menos crédulos que el señor Wallace y nos entregábamos a la obra con menos ardor que él, obteníamos resultados completamente distintos de los suyos. Aparte de la rigidez muscular y la insensibilidad, fáciles de conseguir, encontramos un estado de inhibición total de la voluntad, unido a una peculiar sobreexcitación de las sensaciones. El paciente, arrancado a su letargo por cualquier estímulo externo, acreditaba una vivacidad mucho mayor que estando despierto. No se manifestaba ni el menor atisbo de relaciones misteriosas con el operador; cualquier otra persona podía hacer entrar al sujeto en actividad tan fácilmente como nosotros. El poder de excitar los órganos frenológicos de Gall era para nosotros lo menos importante de todo; fuimos mucho más allá: no sólo logramos trocarlos y desplazarlos a lo largo de todo el cuerpo, sino que fabricamos, además, a nuestro antojo, toda otra serie de órganos, órganos de cantar, de silbar, de tocar la bocina, de bailar, de boxear, de coser, de hacer movimientos de zapatero, de fumar, etc., situándolos en la parte del cuerpo que queríamos. Y si Wallace emborrachaba a su paciente con agua nosotros descubrimos en su dedo gordo un órgano de embriaguez, bastando con que lo tocásemos con la mano para poner en acción el más lindo simulacro de borrachera. Pero bien entendido que ningún órgano mostraba señales de vida hasta que se le daba a entender al paciente lo que de él se esperaba; y, a fuerza de práctica, el muchacho adquirió tal perfección en estos manejos, que bastaba con la más leve insinuación. Los órganos creados de este modo permanecían en vigor para posteriores catalepsias, mientras no fuesen modificados por la misma vía. El paciente se hallaba dotado de una doble memoria, una que funcionaba estando despierto y la otra, muy especial, que entraba en acción cuando el sujeto se hallaba en estado hipnótico. En cuanto a la pasividad volitiva, a la sumisión absoluta del paciente a la voluntad de un tercero, perdía toda apariencia mágica mientras no olvidásemos que todo el estado comenzaba con la sumisión de la voluntad del paciente a la del operador y que no podía provocarse sin ésta. El más portentoso hipnotizador del mundo queda en ridículo tan pronto como su paciente se ríe en su cara.

Mientras que nosotros, con nuestro frívolo escepticismo, descubríamos como base de la charlatanería magnético-frenológica una serie de fenómenos la mayoría de los cuales sólo se diferenciaban en cuanto al grado de los que se dan en estado de vigilia, sin que se necesite recurrir, para explicarlos, a ninguna interpretación mística, la pasión (ardour) con que operaba el señor Wallace le llevaba a una serie de. ilusiones engañosas que le permitían confirmar en todos sus detalles el mapa frenológico de Gall  y  encontrar  una  relación  misteriosa  entre  el  operador  y  el paciente.* En todo el relato del señor Wallace, cuya sinceridad raya en el candor, se trasluce que lo que a él le importaba no era tanto, ni mucho menos, descubrir el fondo real de la charlatanería como reproducir a todo trance los mismos fenómenos. Y basta con mostrar este mismo estado de ánimo para convertir en poquísimo tiempo al investigador neófito, por medio de las más simples y fáciles ilusiones engañosas, en un adepto. El señor Wallace acabó profesando sinceramente la fe en los misterios magnético-frenológicos, lo que le llevaba a pisar con un pie en el mundo de los espíritus.

El otro pie se movió en la misma dirección en 1865. Al volver de sus doce años de viajes por la zona tórrida, el señor Wallace se dedicó a experimentos de espiritismo, que le pusieron en relación con diferentes "médiums". La obrilla suya que hemos citado revela cuán rápidos fueron sus progresos en este terreno y cómo llegó a dominar por completo el asunto. No sólo trata de convencernos de que tomemos por moneda de buena ley todos los supuestos portentos de los Home, los hermanos Davenport y demás "médiums" que muestran sus artes más o menos por dinero y que en su mayoría han sido desenmascarados muchas veces como unos tramposos, sino que nos cuenta, además, toda una serie de historias de espíritus del remoto pasado, que él considera acreditadas como ciertas. Las pitonisas del oráculo griego y las brujas de la Edad Media eran, según él, "médiums", y la obra de Yámblico De divinatione ["Sobre la adivinación"] describe ya con toda precisión, a su juicio, "los más asombrosos fenómenos del espiritualismo moderno" [página 229].

Pondremos solamente un ejemplo para que se vea con cuánta credulidad admite el señor Wallace la confirmación científica de estos portentos. No cabe duda de que es muy fuerte pedirnos que creamos en la posibilidad de que los supuestos espíritus se dejen fotografiar y, puestos en este camino, tenemos, indudablemente, derecho a exigir que tales pretendidas fotografías de espíritus sean investigadas del modo más fidedigno, antes de ser reconocidas como auténticas. Pues bien, en la pág. 187 de su obra cuenta el señor Wallace que en marzo de 1872 una señora Guppy, cuyo nombre de familia era Nicholls, una médium muy conocida, se hizo fotografiar en Notting Hill,4 en casa del señor Hudson, en unión de su esposo y de su niño,  y en ambas  fotografías  aparece  detrás de ella  una  alta

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* Como ya hemos dicho, los pacientes van adquiriendo mayor perfección con la práctica. Cabe, pues, la posibilidad de que, al hacerse habitual la sumisión de la voluntad y cobrar mayor intimidad la relación entre las dos partes, se potencien algunos de los fenómenos y se manifiesten de modo reflejo incluso estando el paciente despierto. [Nota de Engels.]
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figura de mujer delicadamente (finely) envuelta en gasa blanca, con rasgos un poco orientales y en actitud de bendecir. "Una de dos cosas son, aquí, absolutamente ciertas.* O se acusa la presencia de un ser vivo e inteligente, o el señor y la señora Guppy, el fotógrafo y una cuarta persona han urdido un vil (wicked) fraude, sin desdecirse de él desde entonces. Pero yo conozco muy bien al señor y a la señora Guppy y tengo la convicción absoluta de que son tan incapaces de un fraude de esta naturaleza como en el campo de las ciencias naturales podría serlo cualquier serio investigador de la verdad" [página 188].

Por tanto, una de dos: o fraude o fotografía de un espíritu. De acuerdo. Y, en caso de fraude, o el espíritu figuraba ya previamente en la placa fotográfica o tienen que haberse confabulado, para urdirlo, cuatro personas, o bien tres, si dejamos a un lado, por no estar ya en su sano juicio o por ser víctimas de un engaño, al viejo señor Guppy, que murió tres años más tarde, en enero de 1875, a los 84 años de edad (bastaba con haberlo mandado colocarse detrás del biombo que aparece al fondo). No hace falta perder muchas palabras en demostrar que cualquier fotógrafo podía, sin dificultad, procurarse un "modelo" para hacer de espíritu. Y se da, además, el caso de que, poco después, el fotógrafo Hudson fue públicamente denunciado como falsificador habitual de fotografías de espíritus, lo que lleva al señor Wallace a añadir, a manera de reserva: "De lo que no cabe duda es que, de existir un fraude, inmediatamente habría sido descubierto por los espiritualistas" [pág. 189]. Como vemos, el fotógrafo no inspira gran confianza. Queda la señora Guppy, en favor de la cual habla "el convencimiento absoluto" de su amigo Wallace, pero nada más. -¿Nada más? En modo alguno. En favor de la absoluta confianza que la señora Guppy inspira habla su propia afirmación de que un día de junio de 1871, al anochecer, fue transportada por los aires en estado inconsciente desde su casa en Higbury Hill Park hasta el núm. 69 de la Lambs Conduit Street -tres millas inglesas en línea recta- y depositada sobre una mesa, en medio de una reunión de espiritistas, al llegar a dicha casa, en el número 69. Las puertas de la sala estaban cerradas y, a pesar de que la señora Guppy era una de las damas más obesas de Londres, que ya es decir,  su súbita irrupción en la sala no abrió ningún boquete

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* "Here, then, one of two things are absolutaly certain." El mundo de los espíritus está por encima de las leyes de la gramática. Un bromista citó en una sesión de espiritismo al espíritu del gramático Lindley Murray. Al preguntársele si estaba allí, contestó: "I are" (giro norteamericano. en lugar de "I am").5 Y es que el médium era de los Estados Unidos. [Nota de Engels.]

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visible ni en las puertas ni en el techo (todo lo cual aparece relatado en el Echo de Londres, número de 8 de julio de 1871). Quien, a la vista de tales detalles, no crea en la autenticidad de la fotografía espiritista de que hemos hablado, es un incrédulo incorregible.

El segundo notable adepto, entre los naturalistas ingleses, es el señor William Crookes, el descubridor del elemento químico llamado talio e inventor del radiómetro (que los alemanos llaman molido de luz).6 El señor Crookes comenzó a investigar las manifestaciones espiritistas hacia el año 1871, empleando para ello toda una serie de aparatos físicos y mecánicos, balanzas de resorte, baterías eléctricas, etc. Enseguida veremos si contaba, además, para estos experimentos con el aparato más importante de todos, que es una cabeza escéptica y crítica y si supo conservarlo hasta el final en estado de funcionamiento. Desde luego, podemos asegurar que el señor Crooks ha dado pruebas de hallarse prisionero de las mismas engañosas ilusiones que el señor Wallace. "Hace algunos años -cuenta éste- que una joven señorita llamada Florence Cook viene revelando notables aptitudes como médium; no hace mucho, estas aptitudes llegaron a su punto culminante, al producir una figura completa de mujer que asegura tener un origen espiritista y que se presentó descalza y envuelta en una túnica blanca flotante, mientras la médium yacía en un cuarto (cabinet) o sala adyacente, con las cortinas echadas, atada y sumida en profundo sueño".7 Este espíritu, que se hacía llamar Katey y que se parecía extraordinariamente a la señorita Cook, fue tomado y retenido una noche, repentinamente, del talle por el señor Volckman -el actual esposo de la señora Guppy- para comprobar si no se trataba de otra edición de la señorita Cook. El espíritu se comportó como una dama recia y vigorosa, se defendió con todas sus fuerzas, los circunstantes intervinieron en la refriega, alguien apagó el gas y, al restablecerse la paz tras el tumulto e iluminarse de nuevo la sala, el espíritu se había esfumado y la señorita Cook aparecía tendida en su rincón, atada e inconsciente. Parece que el señor Volckman jura y perjura todavía hoy que tuvo entre sus brazos a la señorita Cook, y a nadie más. Para cerciorarse científicamente de ello, un famoso especialista en electricidad, el señor Varley, comunicó por medio de una batería una corriente eléctrica a la médium, señorita Cook, de modo que ésta no pudiese hacerse pasar por el espíritu sin que la corriente se interrumpiera. A pesar de lo cual, el espíritu compareció. Se trataba, pues, efectivamente, de un ser distinto de la señorita Cook. De confirmar esto con nuevas pruebas se encargó el señor Crookes. Su primer paso consistió en ganarse la confianza de la dama conductora de espíritus. Esta confianza -nos cuenta él mismo en el Spiritualist de 5 de junio de 1874-  "fue creciendo poco a poco hasta el punto de negarse a participar en ninguna sesión a menos que yo dirigiese los arreglos necesarios. Dijo que necesitaba tenerme siempre a mí cerca de ella y de su gabinete; yo, por mi parte, me di cuenta de que, una vez ganada y asegurada esta confianza, no faltaría a ninguna de las promesas que le hiciera; los fenómenos fueron ganando, así, en intensidad y se obtenían por libre consentimiento medios probatorios que por otro conducto habrían sido inasequibles. Ella me consultaba frecuentemente con respecto a las personas presentes en las sesiones y acerca de los lugares que se les debía asignar, pues últimamente se había vuelto muy nerviosa (nervous) a consecuencia de ciertas alusiones inoportunas en el sentido de que, junto a otros métodos de investigación más científicos, debía recurrirse también a la violencia".8

La señorita espiritista no defraudó en lo más mínimo esta confianza tan afectuosa como científica depositada en ella. Incluso llegó a presentarse -lo que ahora ya no puede asombrarnos- en la casa del señor Crookes, se puso a jugar con sus niños y les contó "anécdotas de sus aventuras en la India", relató al señor Crookes "algunas de las amargas experiencias de su pasado",9 hizo que la tomase en sus brazos para convencerse de su recia materialidad, le pidió que contara sus pulsaciones y respiraciones al minuto y, por último, se hizo fotografiar al lado del dueño de la casa. "Después de haber sido vista, tocada, fotografiada y escuchada en conversación con ella, esta figura -dice el señor Wallace- desapareció en absoluto de un pequeño cuarto cuya única salida era una sala contigua, llena de espectadores" [pág. 183], lo que no representaba una gran hazaña, siempre y cuando que los tales espectadores fuesen lo bastante corteses para demostrar al señor Crookes, en cuya casa sucedía todo esto, la misma confianza que él había depositado en el espíritu.

Desgraciadamente, ni los mismos espiritualistas pueden prestarse a creer sin más, a pies juntillas, estas "experiencias plenamente demostradas. Ya hemos visto más arriba cómo el muy espiritualista señor Volckman se permitió asirse de una prueba muy tangible. Y he aquí, ahora, que un clérigo, miembro del comité de la Asociación nacional británica de espiritualistas, ha asistido también a una sesión de la señorita Cook, pudiendo comprobar sin dificultad que el cuarto por el que entró y desapareció el espíritu se comunicaba con el mundo exterior por una segunda puerta. Y añade que el modo de comportarse el señor Crooke, presente también en la sesión, "descargó el golpe de muerte sobre mi creencia de que pudiera haber algo en estas manifestaciones" (Mystic London, by the Rev. C. Maurice Davies, Londres, Tinsley Brothers).10 Por si esto no fuera bastante, se puso al descubierto en los Estados Unidos cómo se "materializaba" a "Katey". Un matrimonio de nombre Holmes dio en Filadelfia una serie de representaciones, en las que salía a escena también una "Katey" a la que los creyentes obsequiaban con numerosos regalos. Hubo, sin embargo, un escéptico que no descansó hasta cerciorarse de quién era la tal Katey, la cual, por lo demás, se había puesto en huelga más de una vez por falta de pago. Tras diversas averiguaciones, la localizó en una boarding house (casa de huéspedes), donde se alojaba como una señorita tangible, de carne y hueso, en posesión de todas las ofrendas hechas al espíritu.

Pero también el continente estaba llamado a vivir su historia científica espiritista. Una institución científica de San Petersburgo -no sé exactamente si la Universidad o incluso la Academia de Ciencias delegó en dos señores, el consejero de Estado Aksákov y el químico Bútlerov, para que indagasen los fenómenos del espiritismo, sin que, al parecer, sacasen gran cosa en limpio.11 Y en la actualidad -si hemos de creer en lo que públicamente anuncian los espiritistas-, también Alemania ha suministrado a estos asuntos un hombre de ciencia, en la persona del señor profesor Zóllner, de Leipzig.

Sabemos que el señor Zöllner viene trabajando desde hace años en la "cuarta dimensión" del espacio, habiendo descubierto que muchas cosas que son imposibles en un espacio tridimensional se comprenden por sí mismas en el espacio de cuatro dimensiones. Así, por ejemplo, en este espacio se puede dar la vuelta como a un guante a una esfera de metal sin hacerle ningún agujero, practicar un nudo con una cuerda que no tenga cabos o se halle atada en sus dos extremos, enlazar dos anillos cerrados sin romper ninguno de ellos y qué sé yo cuántos portentos más por el estilo. Se dice que, habiéndose conocido nuevos relatos victoriosos acerca del mundo de los espíritus, el señor profesor Zöllner se puso en contacto con uno o varios médiums, con objeto de localizar con su ayuda el lugar preciso de la cuarta dimensión. El éxito obtenido fue, al parecer, sorprendente. El respaldo de la silla en que el profesor tenía apoyado el brazo, con la mano constantemente puesta sobre la mesa, apareció, después de la sesión, según se asegura, entrelazado con el brazo; una cuerda sellada por las dos puntas sobre la mesa presentaba cuatro nudos, etc. En una palabra, los espíritus realizaron como jugando todos los milagros de la cuarta dimensión. Relata refero,12 naturalmente; me limito a contar lo que he leído, sin responder de la veracidad de estos boletines del mundo de los espíritus, y,  si en  ellos se contuvieran  falsedades,  debiera el señor Zöllner agradecerme que le deparara la ocasión de rectificarlas. Claro está que si, por el contrario, estos boletines reprodujesen verídicamente las experiencias del profesor Zöllner abrirían, indudablemente, una nueva era tanto en la ciencia espiritista como en las matemáticas. Los espíritus prueban la existencia de la cuarta dimensión, lo mismo que ésta aboga por la existencia de los espíritus. Una vez que se ha sentado esta premisa, se abre ante la ciencia un campo totalmente nuevo e inmenso. Todas las matemáticas y las ciencias naturales anteriores pasan a ser simplemente una escuela preparatria para las matemáticas de la cuarta dimensión y de otras dimensiones superiores y para la mecánica, la física, la química y la fisiología de los espíritus que moran en estos espacios multidimensionales. No en vano el señor Crookes ha establecido científicamente la pérdida de peso que experimentan las mesas y otros muebles al pasar -pues ya creemos que vale expresarse así- a la cuarta dimensión, y el señor Wallace da por sentado que allí el fuego no hace la menor mella en el cuerpo del hombre. ¡Y no digamos, la fisiología de estos cuerpos espiritistas! Sabemos que respiran, que tienen pulsaciones y, por consiguiente, pulmones, corazón y aparato circulatorio, hallándose con seguridad, por lo menos, tan bien provistos como nosotros en lo que a los restantes órganos físicos se refiere. En efecto, para poder respirar hacen falta hidrocarburos, quemados en los pulmones y que sólo pueden provenir de fuera: hacen falta, por tanto, estómago, intestinos y demás aditamentos, y, demostrada la existencia de esto, lo demás se deriva sin dificultad. Ahora bien, la existencia de tales órganos implica la posibilidad de que se enfermen, lo que puede colocar al señor Virchow en el trance de tener que escribir una patología celular del mundo de los espíritus. Como la mayoría de los tales espíritus son señoritas maravillosamente bellas, que en nada, lo que se dice en nada, se distinguen de las damas de carne y hueso que andan por las calles como no sea por su belleza supraterrenal, se comprende que no pueda pasar mucho tiempo antes de que tropiecen con "hombres en quienes enciendan el amor";13 y puesto que, como el señor Crooke ha comprobado por las pulsaciones, palpita en ellas "el corazón femenino", tenemos que también ante la selección natural se abre una cuarta dimensión, en la cual no tiene ya por qué temer que se la confunda con la maligna social-democracia .14

Pero, basta. Creemos que a la luz de lo que queda dicho se revela de un modo bien tangible cuál es el camino más seguro que conduce de las ciencias naturales al misticismo. No es el de la enmarañada teoría de la filosofía de la naturaleza, sino el del más trivial empirismo,  que desprecia todo lo que sea teoría y desconfía de todo lo que sea pensamiento. No es la necesidad apriorística la que pretende probar la existencia de los espíritus, sino que son las observaciones empíricas de los señores Wallace, Crookes y Cía. Si damos crédito a las observaciones realizadas por Crooke mediante el análisis espectroscópico y que le llevaron al descubrimiento del metal llamado talio o a los abundantes descubrimientos zoológicos llevados a cabo por Wallace en el archipiélago malayo, se nos exige que depositemos la misma fe en las experiencias y los descubrimientos espiritistas de ambos investigadores. Y cuando contestamos a esto que existe una pequeña diferencia, a saber: la de que los primeros podemos comprobarlos y los segundos no, los visionarios nos replican que estamos equivocados y que no tienen inconveniente en ayudarnos a comprobar también, experimentalmente, los fenómenos espiritistas.

En realidad, nadie puede despreciar impunemente a la dialéctica. Por mucho desdén que se sienta por todo lo que sea pensamiento teórico, no es posible, sin recurrir a él, relacionar entre sí dos hechos naturales o penetrar en la relación que entre ellos existe. Lo único que cabe preguntarse es si se piensa acertadamente o no, y no cabe duda de que el desdén por la teoría constituye el camino más seguro para pensar de un modo naturalista y, por tanto, falso. Y el pensamiento falso, cuando se le lleva a sus últimas consecuencias, conduce generalmente; según una ley dialéctica ya de antiguo conocida, a lo contrario de su punto de partida. Por donde el desprecio empírico por la dialéctica acarrea el castigo de arrastrar a algunos de los más fríos empíricos a la más necia de todas las supersticiones, al moderno espiritismo.

Otro tanto ocurre con las matemáticas. Los matemáticos metafísicos usuales se jactan con gran orgullo de que los resultados de su ciencia son absolutamente inconmovibles. Pero entre estos resultados figuran también las magnitudes imaginarias, dotadas, por tanto, de una cierta realidad. Y cuando uno se acostumbra a atribuir a /-1 o a la cuarta dimensión una cierta realidad fuera de nuestra cabeza, ya no importa dar un paso más y aceptar también el mundo espiritista de los médiums. Ocurre como Ketteler decía de Döllinger: "Este hombre ha defendido en su vida tantos absurdos, que bien puede defender uno más, el de la infalibilidad."15

En realidad, el simple empirismo es incapaz de hacer frente a los espiritistas y refutarlos. En primer lugar, porque los fenómenos "superiores" no aparecen sino cuando el "investigador" en cuestión se halla tan obnubilado, que sólo ve lo que debe o quiere ver, como el propio  Crookes lo describe,  con un candor tan inimitable.  Y, en segundo lugar, porque a los espiritistas les tiene sin cuidado el que cientos de supuestos hechos resulten ser un fraude y docenas de supuestos médiums sean desenmascarados como vulgares estafadores. Mientras no se hayan descartado, uno por uno, todos los supuestos portentos, siempre les quedará terreno bastante donde pisar, como claramente nos lo dice Wallace, con motivo de las fotografías de espíritus falsificadas. La existencia de falsificaciones no hace más que probar la autenticidad de las verdaderas.


De este modo, el empirismo se ve obligado a rechazar con reflexiones teóricas la pegajosa insistencia de los visionarios, ya que los experimentos empíricos no bastan, y a decir, con Huxley: "Lo único bueno que, a mi juicio, podría ponerse de manifiesto, al demostrar la verdad del espiritualismo, sería el suministrar un nuevo argumento en contra del suicidio. ¡Antes vivir como un barrendero que decir necedades desde el reino de los muertos por boca de un médium que se alquila a razón de veinte chelines por sesión."16